domingo, 27 de septiembre de 2009

COMO DEBEMOS ACTUAR EN LA MONTAÑA

Código del montañés

En la Asamblea General de la Unión Internacional de Alpinismo (UIAA), celebrada en Munich, Alemania, entre el 18 y el 22 de junio de 1964, se recomendó la divulgación de la ponencia presentada por el Club Alpino Alemán, consistente en una serie de consejos prácticos y éticos destinados a los deportistas de montaña.
Las 10 premisas

1. Ser, más que parecer

Hacer montaña significa vencer dificultades. Es educativo, aumenta la confianza en sí mismo, pero no debe conducir aun sentimiento de superioridad. Los montañistas no son una élite privilegiada, sino simples seres humanos que tienen hacia sus familias y hacia la sociedad los mismos deberes que los no montañistas. El montañismo no debe perder su carácter de sana actividad de las horas libres. Además, la vida nos impone tareas incomparablemente más grandes y más importantes que las de la práctica del deporte.
La jactancia, el ruido que se hace alrededor de las figuras, la búsqueda del sensacionalismo y las especulaciones, perjudican al deporte montañés en la misma forma que a la mayor parte de las otras actividades. El hombre capaz, el buen amigo en el que se puede confiar, no se distingue por la fanfarronería sino por la reserva. En él, la veracidad es natural.

2. Ver, observar, aprender

Toda verdadera comprensión es consecuencia de la forma de ver y de captar. Esto exige interés, esfuerzo y experiencia. El que mira a su alrededor sin tomar conciencia de lo que le rodea, no hace más que descubrir superficialmente las cosas más esenciales; comprende poco y aprende también poco. Se puede por ejemplo considerar la vegetación de montaña bajo el aspecto de su color verde sembrado de manchas multicolores, las rocas bajo su aspecto grisáceo y matizado y los alrededores montañosos como una corona de picos anónimos, sin quedar por ello insensible a su belleza.
Pero la experiencia será mucho más rica y perdurable si se toma plena conciencia de ella y se comprende aunque no sea más que en sus aspectos más visibles. Bajo cualquier aspecto que se presente, será mucho más interesante si se conocen sus características y su origen. El que tiene algunos conocimientos sobre las variedades de las rocas y de las plantas, sobre los animales y sus costumbres, el que puede decir algo sobre los habitantes de una región montañosa y sobre su historia y su cultura, no cabe duda que experimentará una satisfacción mucho más rica. Si conoces las montañas que te rodean – puede ser que sus nombres evoquen en ti experiencias vividas, recuerdos y esperanzas - vivirás más intensamente la grande y embriagadora experiencia del montañismo.

3. Prepararse

El éxito de una prueba de montaña depende de su preparación. Las condiciones previas son: la habilidad técnica, el entrenamiento, el buen estado físico y la aclimatación, así como un equipo adecuado. A ellas hay que añadir además la capacidad de juzgar las condiciones del desarrollo y del tiempo. Prepárate para la prueba en montaña física, espiritual y psicológicamente. Familiarízate con sus características y sus condiciones particulares (es muy importante fijar la ruta y el horario, anotar en caso de escaladas difíciles, los pasos más fatigosos y eventualmente, los lugares de detención o de vivac, las zonas particularmente peligrosas, las posibilidades de retroceso o de descenso) . No olvidar nunca comunicar vuestro objetivo y la ruta prevista a vuestros parientes más próximos, al guarda del refugio (eventualmente, al libro del refugio) o a vuestros amigos.

4. Realizar lo que somos capaces

Esto implica dos cosas:
a) No queremos reservarnos, sino ir hasta el límite de nuestras posibilidades. Una sana ambición es un elemento positivo. La satisfacción que nos produce la acción cumplida, por el valor de la acción en sí misma, da la verdadera medida. Presenciar las hazañas de un buen montañés, hábil y seguro, proporciona una placer estético.
b) No exagerar. La capacidad es la medida de lo que nos está permitido, es decir, que si las condiciones físicas y psicológicas son malas, si la forma física en ese día no es satisfactoria, hay que quedarse abajo. La insensatez no solamente pone en peligro a la persona que así actúa y a sus compañeros, sino también con frecuencia, a los que van a socorrerlos. No se puede asumir esta responsabilidad ni ante sí mismo, ni ante los padres o terceras personas que por esta causa se perjudican. Tomarse tiempo. Esta máxima es aplicable tanto antes de la prueba como, dentro de lo posible, durante la misma. Lo que no se ha podido hacer este año, puede hacerse más tarde.
5. Economizar medios artificiales

El que reseña una escalada en el libro de la cumbre, la anota para sí mismo o la cuenta a sus amigos y camaradas del club, reivindica el hecho de haber recorrido una determinada vía ya anteriormente realizada. Es evidente que una renovación no es una hazaña del mismo valor que la primera escalada. Pero, las dificultades características de la escalada de esta o aquella vía, deben permanecer invariables. Del que la realiza por primera vez se exige que sea razonable y del que la renueva que sea leal. No es razonable, ni tampoco admisible para los que vengan después, intentar una primera que represente un riesgo total. No es leal tampoco abrir una vía recurriendo a medios artificiales ilícitos. Esto no es renovar una ascensión, sino violentarla. Toda vía de escalada sembrada de seguros está desvalorizada, y por ello, las vías deben conservarse o volver a adquirir lo más posible su estado primitivo. La moral montañesa exige por tanto una verdadera competición disciplinada de fuerzas midiéndose en condiciones intactas, que uno no tiene el derecho de degradar. Aquel que no escala lealmente debe hacérsele reflexionar y debe educársele. Como toda libertad, la libertad de la montaña está también sometida a reglas morales que excluyen la arbitrariedad y la deslealtad.

6. Tener el valor de renunciar

El que intenta una prueba en montaña, con o sin esquís, debe estar también preparado para el regreso. El escalador debe conocer la técnica del descenso. (Así, por ejemplo, el que prefiere la escalada en roca puede tener que enfrentarse con ciertas dificultades durante sus pruebas combinadas sobre roca y sobre hielo). Debe conocer la vía teórica para juzgar, en caso dado, si es posible o sensato continuar la ascensión, utilizar un paso lateral o resolverse por el regreso. En caso de necesidad, todos los medios son buenos para salir de una pared o de una grave dificultad. Ciertas catástrofes se han producido porque la decisión de retroceder se ha tomado demasiado tarde. Por ello, la cuestión de la retirada debe ser incluida en primera línea en todas las consideraciones sobre la montaña.
Reconociendo a tiempo la necesidad de una retirada, no hacemos más que demostrar nuestro sentido de la responsabilidad. Vale más renunciar demasiado pronto, que demasiado tarde. Aunque no se haya conseguido alcanzar la cumbre, la prueba puede llegar a ser una aventura verdadera e inolvidable, porque en la mayor parte de los casos, la retirada implica la posibilidad del regreso y del éxito final.

7. Socorrer

En una región habitada, podemos ser socorridos, en caso necesario, en cualquier momento. Pero en montaña no es así. Existen desde luego, puestos de socorro, bases y patrullas de salvamento, pero éstas no cubren más que una región muy limitada. El que se encuentra en dificultades en montaña, se ve obligado a solicitar el socorro más próximo. Y es por esto que todo andinista, todo esquiador, debe estar siempre dispuesto a ser capaz de socorrer un forma eficaz. Un curso de salvamento o por lo monos de primeros auxilios, es una de las exigencias inexcusables de todo montañés activo.
El peligro de otros es la señal de socorro inmediato, desinteresado y voluntario. Nadie debe contar nunca sobre la eventualidad de que el auxilio sea prestado por terceros, guías, profesores de esquí o miembros del servicio de salvamento. Pero, el apresuramiento en disponerse a prestar socorro, no debe ser tampoco ciego La falsa valoración de sus propias capacidades y medio ha tenido ya, a pesar de la mejor voluntad, muchas consecuencias mortales. Para que el socorro sea coronado por el éxito hace falta discernir rápidamente cuáles son los métodos más eficaces. Hay que intentar ante todo establecer contacto con las personas en peligro, para determinar la naturaleza de la ayuda solicitada.
Con frecuencia es también oportuno constatar la forma en que puede llegarse hasta ellas. La decisión sobre la forma de intervención depende de la comunicación establecida con las personas a socorrer. El que por sí mismo es capaz de prestar socorro, debe hacerlo inmediatamente. En caso dado, una tercera persona, de la cual sea posible prescindir, deberá partir en busca de otros socorristas. Si existen pocas probabilidades de socorrer eficazmente y por el contrario, es posible llamar a otros socorristas, conviene hacerlo en el plazo más breve.
Raramente la vida y la muerte dependen tan estrechamente de la decisión justa y de la acción inmediata, como en los casos de salvamento en montaña.

8. Cuidar los refugios

Debemos una gran parte de nuestras posibilidades de excursión a la existencia de los refugios. Nuestros antecesores los construyeron con gran amor y a costa de grandes sacrificios. A nosotros nos corresponde cuidarlos para nuestro uso y el de nuestros hijos, debiéndolos considerar como bases de nuestras excursiones.
Todo montañés sabe por propia experiencia que agradable es la estancia en un refugio limpio y cuidado y lo desagradable que puede llegar a ser si el refugio está sucio o mal cuidado. Por tanto es natural que el deportista de montaña se sienta responsable del estado de los refugios, muy especialmente de aquellos que no están dotados de un servicio de mantenimiento regular y de los refugios de invierno.
Cuanto más contribuyamos al mantenimiento y limpieza de nuestros refugios más a gusto nos sentiremos en la montaña y menores serán los gastos de refugios que figuran en el presupuesto de las sociedades deportivas. El montañismo activo, la formación de los jóvenes, las expediciones y otras disciplinas útiles saldrán a su vez beneficiadas.

9. Proteger la naturaleza

Nos incumbe una seria responsabilidad en la protección de la naturaleza. Todo lo que en ella nos proporciona hoy goce y salud, no debemos dejarlo a nuestros hijos como si fuera un campo devastado. El paisaje montañés es una de las raras regiones donde la naturaleza se encuentra en estado primitivo. Esta "región inculta" debe ser protegida de una supervaloración excesiva bajo la forma de caminos, funiculares, trenes, casas, cercados, centrales eléctricas, industrias y otras muestras de civilización, generalmente con fines lucrativos. Nosotros los humanos, tenemos necesidad de disponer de algún espacio donde podamos estar solos frente a un mundo intacto y sano, para poder encontrarnos a nosotros mismos. La montaña representa este mundo intacto y así debe permanecer.
Esta convicción encuentra su expresión práctica en las leyes para la protección de la naturaleza que todo montañés debería conocer. Además de la protección de animales y plantas, es preciso que nos preocupemos también por el estado de las cumbres y de los caminos que en modo alguno, deben convertirse en depósitos donde uno se desprende de las latas de conserva vacías, botellas, papeles grasientos y otros desperdicios. El que esto hace, se extiende un certificado deplorable de ignorancia. Es tan sencillo transportar "vacío" al regreso todo lo que se ha subido "lleno", en caso de que no se prefiera enterrar todos los desperdicios bajo las piedras. Cuidad de que las montañas permanezcan limpias.

10. Ser tolerante

En la montaña somos ante todo hombre y no miembros de una raza, nacionalidad, pueblo, religión, partido, profesión o cualquier otro tipo de agrupación. Hay muchas formas de hacer montañismo. La expresión "montañés verdadero" o "auténtico" no es más que una frase pretenciosa por la que ciertas personas tratan de imponer sus propias ideas. A este respecto hay opiniones muy diferentes. Lo que distingue a los montañistas unos de otros no es tanto su calidad como su individualidad. Unos consagran todas sus horas libres a hacer excursiones por montañas. Otros no van a ellas más que ocasionalmente. Este realiza con el mismo placer tanto un paseo por la montaña, como un recorrido extremadamente difícil. A unos, las excursiones le hacen conquistar las cumbres, mientras que otros se dedican a no conocer de la montaña más que las paredes a escalar. Unos prefieren la roca, otros el hielo.
Hay otros para los que el colmo del placer son las excursiones que les proporcionan ejemplares de hierbas o piedras para coleccionar. Pero todos pueden ser montañistas y ninguno lo es más que el otro.
El que no concede valor al montañismo moderado se coloca en el mismo nivel que aquel otro que, en el extremo opuesto, no ve más que lo rudimentario desprovisto de comprensión y de sentido para el "mundo sublime de las montañas" reside precisamente en el hecho de que cada uno puede buscar en ellas el placer a su propia manera.

Fuente: "Código del Montañés" editado en el año 1965 por la Federación Argentina de Montañismo y Afines, basado en las recomendaciones de la Unión Internacionales de Asociaciones de Alpinismo (UIAA).

martes, 22 de septiembre de 2009

LA VERDAD SOBRE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

LA VERDAD SOBRE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

Hoy acabo de leer en el diario La Nación una nota de opinión escrita por un gran periodista, al cual admiro mucho, que es Rolando Hanglin. Por favor les pido que la lean con mucha atención. Por supuesto yo tengo mi opinión, espero que luego de esta lectura formen la suya....

"Leemos que la comunidad mapuche Cayún ha ocupado tierras en la zona de San Martín de los Andes. Se trata de predios pertenecientes a Parques Nacionales. El conflicto social, cultural y patrimonial con los mapuches se ha ido desarrollando de tal modo que muy pronto va a ser un problema nacional, a debatir en el Congreso.

Muchos argentinos (sobre todo, los jóvenes) creen que los mapuches fueron los habitantes originarios del suelo argentino, donde vivieron pacíficamente criando a sus ovejas y tejiendo sus ponchos, sin ser molestados durante todo el lapso de la colonización española (digamos entre los años 1500 y 1850) hasta que la codicia de los estancieros blancos impulsó al general Julio Argentino Roca a expulsarlos de sus tierras. Esa sería la explicación de la limpieza étnica - o genocidio- realizada en 1879 con la llamada Campaña del Desierto.

Como es un tema complejo, que ni siquiera se estudia en el colegio secundario como parte de la historia argentina, no me atrevo a despachar una opinión "impactante" a través de estas líneas. Apenas sugiero a los interesados repasar algunos libros de etnografía, o por lo menos algo más profundo que un manual de historia de primer año, donde se dice poco y nada.

Lo primero que notarán es que la palabra "mapuche" no aparece en ninguna parte: los cronistas de Indias, los geógrafos militares, los mismos caciques en sus correspondencia política (que es abundante), los autores clásicos como Estanislao Zeballos, Lucio Mansilla y Manuel Prado; todos hablan de los indios de la Pampa y la Patagonia como "serranos", "pampas", "ranqueles", "vorogas", "catrieleros", "tehuelches", "pehuenches", e incluso "puelches"... pero jamás existió una etnia o tribu llamada "mapuche" dentro del territorio argentino. En tiempos de la guerra de los fortines -que duró desde 1820 hasta 1880- se escribieron numerosos glosarios para parlamentar, comerciar, dialogar y entender lo que decían los indios. En ninguno hallará el lector la palabra "mapuche".

Voy a transcribir algunas citas para aportar algunas pinceladas sobre estos hombres: quiénes eran, cómo eran, de dónde venían.

"Aquellos a quienes propiamente correspondía la denominación de mapuche eran originarios de Chile, de la región limitada por los ríos Bío-Bío y Toltén, aproximadamente en la latitud de la actual provincia de Neuquén. En su lugar de origen eran bastante sedentarios y practicaban la ganadería y la agricultura en forma incipiente... Divididos en distintas parcialidades, obedecían cada cual a su cacique... Su relación con los conquistadores españoles resultó sumamente conflictiva... Respecto de los mapuches en la Capitanía General de Chile se dio un caso atípico -estimo que único en los anales de la conquista española- ya que los europeos desistieron por escrito de someterlos y firmaron con los aborígenes varios tratados de paz en los que reconocieron su derecho a ocupar un sector del territorio de esa Capitanía General, con límites precisos que no podían ser traspasados por los españoles...La nación mapuche, o araucana como se la denominaba entonces, tuvo así un reconocimiento formal... El territorio establecido, sin embargo, resultó demasiado escaso para esta etnia tan agresiva, y grandes grupos de la misma traspasaron la cordillera de los Andes hacia las grandes llanuras que hoy constituyen el centro de nuestro país... La afluencia de los araucanos a este vasto escenario fue paulatina: puede describirse como una colonización cultural, acompañada de una invasión armada... Las etnias asentadas en territorio argentino fueron absorbidas y adoptaron la lengua mapuche... Este proceso, que se conoce como Araucanización de la Pampa, requirió largos años, pues comenzó en el Siglo XVII y a mediados del Siglo XIX todavía se estaba desarrolando... No es aventurado suponer que los primeros grupos trasmontaron los Andes en busca de los ganados sin dueño que poblaban nuestras llanuras y que se denominaban comúnmente cimarrones. Vacunos, equinos y lanares pastoreaban por millares en las pampas y constituían un tentador suministro para indios y blancos, que los perseguían y capturaban para consumirlos y comercializarlos... Lo que en un principio fueron excursiones temporarias de caza, rápidamente se transformaron en asentamientos definitivos de tal importancia que llegaron a desplazar y absorber a los primitivos habitantes" (Del libro Malones y comercio de ganado con Chile, Siglo XIX, de Jorge Luis Rojas Lagarde).

Estos primitivos habitantes que fueron dominados y absorbidos por los araucanos eran los famosos tehuelches, puelches y serranos de la historia, que perduran en el recuerdo de grandes jefes históricos argentinos como Pincén, Coliqueo, Painé, Catriel y Sayhueque. En todos los documentos históricos de la época, el lector hallará numerosas menciones de los "indios amigos" (sobre todo Catriel y Coliqueo) y también de los "indios chilenos", y la inmensa rastrillada que estos últimos dejaban, arrastrando sus lanzas por el campo, llamada "camino de los chilenos". Era ésta una larga banda pisoteada por arreos de ganado robado en las estancias argentinas (a veces hasta 200.000 cabezas) y luego comercializados en Chile, cruzando la cordillera tras un período de engorde que se hacía en el Neuquén.

En este largo ciclo histórico hubo malones cruzados de indios contra blancos y viceversa, alianzas, pactos y traiciones, y puede decirse que toda fuerza militar contó con su valiente escuadrón de lanceros indios, a veces en número de 1000 o 2000, ya que los araucanos y los pampas resultaban militares vocacionales y se anotaban en todas las batallas, con un guiño -naturalmente- del cacique, y la recompensa del botín, tal vez una cautiva blanca. De todos los jefes indios, el más exitoso, cruel y astuto fue sin duda el chileno Juan Calfucurá, que cruzó los Andes para atacar a traición a sus parientes, los vorogas de Salinas Grandes (La Pampa), convirtiéndose luego en un verdadero emperador, con su cancillería, sus escribientes y su trono: el monarca de Tierra Adentro. Sigue diciendo Rojas Lagarde: "Esta fuente de alimentos tan abundante comenzó a disminuir hasta agotarse, con motivo de las continuas e importantes exacciones que sufría, pues los blancos organizaban sus "vaquerías", anticipando la ganadería actual... los indios optaron por recurrir a la captura del ganado criado por los blancos en sus estancias... Con ello se transformaron de cazadores en depredadores, a mitad del Siglo XVIII". Es decir, cincuenta años antes de la Independencia.

El 18 de julio de 1872, el médico militar francés Henri Armagnac participó, como arriesgado testigo, de la represión a un malón que había causado veinte muertes y arreaba miles de cabezas de ganado hacia Tierra Adentro. La historia está relatada en Viaje por las pampas argentinas, publicado por Eudeba en 1974. Los indios asesinaban a sus víctimas varones, se resistieran o no, acometiéndolos con su larga lanza: luego echaban pie a tierra y los degollaban. Las mujeres jóvenes eran secuestradas como cautivas, lo mismo que algunos niños. Las viejas sufrían el mismo destino que los hombres. El doctor Armagnac da fe de que los soldados blancos hacían exactamente lo mismo: no se tomaban prisioneros. Los vencidos eran fusilados o degollados en el lugar, como lo ordenaba Juan Manuel de Rosas en una directiva escrita: "Mátenlos ahí mismo, en caliente y dejen sólo uno vivo, para que declare". Relata, pues, el doctor Armagnac el encuentro de indios y cristianos: "Pronto vimos a unos cincuenta indios, la mayoría a pie y algunos montados a una distancia de quinientos metros. Apenas nos vieron, los que estaban a pie montaron a caballo, por lo menos los que lo tenían a mano, y emprendieron la huida. Pero nuestros gauchos se lanzaron en su persecución y, en menos tiempo que toma en relatarlo, alcanzaron a algunos y los mataron a lanzazos y cuchilladas. Los otros escaparon en todas direcciones, entre los altos pastos que rodeaban el claro. Siguió la persecución y se logró apresar a algunos más, que fueron fusilados y rematados a puñaladas. Los gauchos realizaban con verdadero ensañamiento estas ejecuciones sumarias".

Dice Manuel Olascoaga en Estudio topográfico de la Pampa y el Río Negro, con referencia a las décadas posteriores a 1800: "Nuestros ganados se multiplicaban prodigiosamente de año en año, y los indios también de año en año traían sus malones a todas nuestras poblaciones y establecimientos limítrofes de la pampa...Los ganados invernaban y descansaban tranquilamente en las faldas de los Andes... Allí venian los comerciantes cristianos a cambalachearlos por tejidos, chaquiras, bebidas, tabaco, etc, para luego llevarlos tras la cordilera. Nunca uno de nuestros hacendados se presentó en Chile a reclamar sus vacas robadas. Tampoco hubo jamás una autoridad chilena que diera cuentas espontáneamente o pidiese certificados de propiedad a los que introducían por la Pampa cantidades de ganado que representaban cientos de miles de pesos. Esa exacción y sus connivencias eran absolutamente impunes ante la Justicia chilena".
El científico americano George Earl Church describe el ataque de un malón contra Bahía Blanca en 1859. Después de arrebatar 5000 cabezas de ganado que pastaban en los campos vecinos, y al ver que desde el fortín hacían fuego, los indios volvieron hacia la población cristiana y allí desencadenaron un infierno de lanzazos, degüellos y violaciones. Church los describe como jinetes prodigiosos y guerreros de admirable vigor. Al retirarse los salvajes con su gran botín de vacunos, yeguarizos y cautivas, dejaron en el campo de batallas 62 muertos, que el científico describe así: "Eran hombres bien constituidos, musculosos, de mediana estatura, pecho lleno y redondo, hombros anchos, muñecas pequeñas, manos y pies bellamente formados, con dedos estrechos y uñas largas. Un pelo tosco y enredado cubría sus cabezas y caía sobre sus frentes bajas. Tenían pómulos altos y bocas grandes, de aspecto salvaje. La cabeza de un diablo unida al cuerpo de un dios". ( Aborigins of South America, Chapman & Hall, Londres, 1912). No eran, pues, enemigo fácil ni caballo manso.

Tiburcia Escudero, una muchacha de 20 años que en 1850 vivía con su madre y sus hermanos en La Higuerita, en San Luis, relata: "Nos levantamos todos en mi casa bien tempranito para ordeñar. En esa época hacíamos muchos quesillos y en esa tarea nos ayudaban, a mi mamá y a mí, mi tata Isaac y mis hermanos, Isaac y Fidel... Como a eso de las once, mis hermanos menores que andaban jugando atrás de las casas gritaron: ¡Dispare, los indios!... Yo les dije; ¡Dejen de joder!. Y seguimos con mi mamá trabajando en la leche. La cuajada ya estaba casi hecha. Ahí sentimos un tropel como si el cerro se viniera abajo. Yo salgo corriendo al patio y veo como doscientos indios a caballo rodean la casa. Gritaban: ¡Matando cristiano!... Yo disparé para el lado de la barranca pero no había hecho ni cincuenta metros cuando un indio me agarró de las trenzas y me levantó en el aire y me puso atravesada sobre la cruz de su caballo, gritando: "No escapando cristiana... Cristiana linda... No matando, llevando toldo"... Cuatro años después pude volver a mi rancho y supe que habían matado a mi mamá. Mi tata se salvó porque estaba en el campo.. Los indios se llevaron todo lo que pudieron, y ya de vuelta saquearon tres casas más, robando, incendiando y matando... En algunos casos, mataron a niñitos que ni caminaban... A las criaturas las revoleaban por el aire y las ensartaban con la lanza, a las carcajadas y al grito de: Matando pichi, matando pichi". ( Tiburcia Escudero, la cautiva de los ranqueles, publicado por la Secretaría de Estado de Cultura de San Luis)

Todo este trastorno sangriento se había originado en el gran desequilibrio de la pampa, provocado por la masiva invasión de araucanos chilenos. Fueron cincuenta años de sangre y muerte, donde predominaron siempre los más crueles, los más audaces, los más traidores, los más valientes.
Y como trasfondo económico, la sangría de ganado, escamoteado en la pampa y vendido en Chile. El diputado chileno Puelma dijo en un debate del Congreso de su país sobre la cuestión de la araucanía: "Es sabido que el comercio que más realizan los araucanos es el de animales robados en la República Argentina... Y nosotros, que sabiendo que son robados los compramos sin escrúpulo ninguno, después decimos que los indios son ladrones. ¿Qué seremos nosotros, pues?".
Después de esta época terrible, se tapó todo, se olvidó pronto y mal, y vino el auge de la Generación del 80, con los grandes hombres de la Nación en su expresión moderna: Roca, Mitre, Pellegrini, Sarmiento. La inmigración de italianos, españoles, vascos, irlandeses, polacos, rusos, ingleses, árabes, cubrió ese pasado terrorífico y nadie conoció ya la tremenda historia. La Argentina aspiraba a sentarse entre los grandes países ricos y civilizados... el heróico pero terrorífico relato de la guerra al malón estaba lleno de capítulos turbios, escalofriantes, como para espantar al inmigrante más curtido.

Pero atención: en esa historia, que tiene muchos capítulos y muchos matices, no hay buenos y malos. No hay ángeles. No hay víctimas. No hay "mapuches". No hay "genocidio". No hay habitantes originarios, o mejor dicho sí los hay: originarios de Chile.

Nuestros indios amigos, nuestros paisanos que sobrevivieron como pudieron, hoy están esperando una reparación histórica, cultural, territorial, económica, en sus pagos de origen dentro de la República Argentina, como ser Toay, Los Toldos, Ñorquinco. A los araucanos chilenos que, a lanza y bola, derramaron su sangre en nuestro país, les toca (a través de sus descendientes) lo mismo que a cualquier argentino. Una oportunidad para estudiar y trabajar, el respeto de todos mientras se acate la Constitución. Pero, si vemos los hechos históricos, no parece el caso de una "indemnización" o la "devolución de sus tierras originarias, usurpadas por el cristiano". Eso no sería justo para todos los patriotas que murieron en esta guerra de 50 años y los paisanos que fueron degollados, sus mujeres violadas, sus hijos secuestrados.
En todo caso, yo sugiero al lector, o a los legisladores que muy pronto tendrán que resolver de manera ecuánime esta cuestión, una lectura seria de todo lo que se ha dicho y escrito sobre los indios de la pampa. "


POR ROLANDO HANGLIN
Especial para La Nación
Martes 22 de setiembre del 2009.-